martes, 17 de abril de 2012

La Salud al límite.

Sólo me anima a escribir estas líneas el deseo de trasmitir a la comunidad una experiencia y algunas reflexiones. No pretendo ofrecer una solución única, no creo que la haya, sino introducir en el ámbito de discusión algunos elementos que considero deberían tenerse en cuenta. Me pregunté al dirigir estas líneas vinculadas a temas atinentes a la Salud si debía hacerlo sólo a la Red Médica que integro, pues soy Psiquiatra de Niños y Adolescentes o era mejor, como finalmente decidí, volcarlas además a un medio de comunicación pues así tendrían la posibilidad de alcanzar no sólo a los colegas sino además a otros sectores: enfermeros, personal de servicio, usuarios, etc. que pudieran eventualmente estar interesados y/o involucrados en la cuestión.

Hace cerca de 40 años un artículo de J. Anthony me conmovió: el personal médico, de enfermería y de servicio, en una sala pediátrica de enfermos hematológicos terminales, en la medida que el inexorable desenlace fatal del enfermo se aproximaba, tendía a evitarlos a él y a su familia en lugar de acercarse en un momento crucial en que ambos, paciente y familiares, necesitaban sostén y aliento máximos.

Esa sensibilización temprana me llevó años después a preocuparme por temas afines y conexos: apego, calidad de vida, relación médico-paciente y finalmente a las estrategias de cuidados del cuidador. Estas últimas son estrategias que deben desplegarse cuando equipos de Salud o de Educación trabajan en situaciones de estrés. El enfoque de estas líneas, dados los recientes lamentables sucesos ocurridos en dos centros asistenciales, se ceñirá exclusivamente a los Equipos de Cuidados Intensivos.

Tuve oportunidad de trabajar en el Centro Hospitalario Pereira Rossell conjuntamente con dos destacados profesores y amigos, los doctores Mauricio Gajer y Marta Alberti. Allí implementamos hace años, no sin tener que vencer cierta resistencia inicial que encontramos, una entrevista previa a los aspirantes a ingresar al Postgrado de Intensivismo Pediátrico de la cual participaba un recurso de Salud Mental. De modo general podemos decir que el resultado fue bueno porque nos permitió detectar casos en los que ese trabajo podía exponer a riesgos y en otros pudimos orientar adecuadamente del punto de vista de nuestra especialidad a los entrevistados.

Desde una perspectiva conceptual quienes pertenecemos a los Equipos de Salud somos Cuidadores, no sólo por vocación sino por obligación y tenemos por objetivo de nuestro cuidado al paciente y además a su familia. Un aspecto de ese cuidado lo integra el estudio, vigilancia y perfeccionamiento de la relación médico-paciente. Nosotros, siguiendo a autores internacionales de renombre, empezamos hace años a preocuparnos por el Equipo de Salud en si mismo entendiéndolo como un cuidador al que también hay que cuidar porque uno de los riesgos a los que se ve expuesto con mayor frecuencia es el burn out, especie de surmenage como se decía antes o agotamiento psico-físico por estrés como se acostumbra decirle ahora. Vengo desde hace años insistiendo en jornadas y congresos con el tema y aún he publicado artículos sobre ello. [1]

Como puede apreciarse fácilmente toda esta fundamentación se apoya en principios incondicionales que nos animan y que se basan en una vocación de servicio irrenunciable que nos lleva a preocuparnos fundamentalmente por el cuidado del otro. Si rastreamos en el origen de los sentimientos que determinan estas tendencias altruistas veremos que la empatía juega un papel fundamental en ellas. En este perfil no entra y jamás pensamos o previmos que pudiera entrar la sustitución del espíritu cuidante por la premeditación asesina.

¿Cómo evitamos que tal tipo aberrante de situaciones se vuelva a dar?

No pretendo ofrecer una solución mágica porque no existe y sólo con la intención de acercar alguna alternativa, que la evaluación ulterior demostrará o no en qué medida sirve, ofrezco la siguiente propuesta:

Primero,  pensar que este tipo de situaciones anormales pueden darse con lo cual al anticiparlas podremos prevenirlas.

Segundo, establecer controles y medidas de seguridad que aumenten la vigilancia para disminuir el margen de cometer delito.

Tercero, promover el desarrollo de la empatía que es la que permite “ponerse en los zapatos del otro” y “no hacerle lo que no me gusta que me hagan a mi”, lo cual es posible si se aplican programas que favorecen su incremento. Esto se puede fomentar por varias vías, pero fundamentalmente a través de programas que se incluyan  en la formación de los integrantes del Equipo de Salud, en quienes además de la promoción de la empatía debemos incentivar el desarrollo de valores éticos, así como el apego a los mismos en el ejercicio profesional y estimular el fortalecimiento de una auténtica vocación de cuidados sin descuidar el nivel de su calidad de vida y también el de los factores que inciden en el equilibrio de su salud mental.

Es obvio que no alcanza con enfocar un solo polo del espectro de actividades de la sociedad y que lo que propongo para los integrantes del Equipo de Salud debiera extenderse a la formación  de los integrantes de otras actividades comunitarias y aún de niños y jóvenes en sus etapas formativas.

Ante una sociedad que da muestras cada día del deterioro progresivo de los valores intentar incorporar en sus ciudadanos el respeto y consideración por el otro no parece un objetivo menor, pero para emprendimiento tan ambicioso como necesario, es preciso que haya voluntad política de las autoridades nacionales, de las autoridades universitarias, de las autoridades de la enseñanza y de las autoridades de otras muchas instituciones que tienen proyección social, ya que el desafío nos involucra a todos.

En situaciones extremas como la planteada recientemente la paranoia es mala consejera (un corolario indeseable de tal desvío sería la medicina defensiva), pero la frivolidad y la negligencia también lo son.

 

Prof. Dr. Miguel A. Cherro Aguerre
CI: 641.383/3

[1]J.D. Osofsky & H.E. Fitzgerald, Handbook of Infant Mental Health, J. Wiley &Sons, 2000, Tomo I, pág. 326-335; J.G. Young & P. Ferrari, Mental Health Services and Systems for Children and Adolescents, 1998, Brunner-Mazel,  pág. 205-212



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